jueves, 4 de febrero de 2010

EL DÌA DE MI SUERTE

¿Alguien alguna vez estuvo cerca de la muerte?, ó pensó que de dicha situación no saldría más, y se encomendó a todos los ángeles que hay. Alguna vez se les pasó instantáneamente toda la vida por delante de los ojos.

Creo que esta situación no se la deseo a nadie, pelear mano a mano con la muerte tiene un arma de doble filo. Puedes salir airoso o puedes literalmente morir en el intento.

En mis vacaciones, en Brasil, la estaba pasando espléndido. Inclusive me decía a mi mismo,- como me quedaría acá a vivir. Al parecer esa frase, alguien se la tomó enserio.

Siempre me gustaron las playas. Desde muy chiquito y desde que tengo uso de razón, siempre vi con añoranza las playas del pacífico. Las playas limeñas, las playas chiclayanas. Cómo olvidar mis primeras corridas, mis primeros castillos de arena en Pimentel, o la primera vez que vi un gran cetáceo muerto, en el Puerto de Eten.

Cuando crecí, ya me iba con amigos al sur. Punta Hermosa, Naplo...casi siempre me pasaron cosas lindas en las playas, casi siempre veía cosas lindas en la playa.

Entonces, estar ahora en el Atlántico, en las hermosísimas playas brasileras, para mí, era un sueño.

Desde ingleses, linda playa con olas. Hasta Daniela, con sus aguas transparente y muy tranquila. Yo, obviamente estaba en el cielo.

Todos los días iba a playas distintas, un día al norte, otro al este, y después al sur.

Un día antes de regresar a Buenos Aires, recuerdo que me dije a mi mismo (no se preocupes, tengo la tendencia de hablar solo) hoy, no iré a la playa. Recorreré el centro, conoceré otros sitios, caminaré sólo, por última vez la isla. Y así iba a ser.


Pero 9 y 30 de la mañana, tocaron la puerta de mi habitación y una voz suave, y sexy pronunciaba mi nombre. Me desperté medio soñoliento, abrí la puerta y era Eliane. - Vamos Christian, vamos a la playa, ya. Nos vamos al sur. A la Isla Do Campeche.

Minutos después yo ya estaba preparado en la puerta de hostel. Una invitación de una chica brasilera no se puede deshacer así de simple.

Partimos en el auto, junto con Silvana. El destino era el sur en esta ocasión. La playa, de nombre Campeche, era la elegida. Después de algunos problemitas para subir al botecito que nos iba a trasladar a la Isla de Campeche, que gracias a Dios, no lo tomamos, partimos hacia Armacao, más al sur. Lamentablemente tampoco pudimos tomar los botes que nos dejen en la isla, ya que habíamos llegado tarde.

Decidimos no ponernos mal e ir a la playa a disfrutar. Era la última vez que iba a solearme, la última vez que iba a disfrutar de la brisa playera.

Curiosamente, antes de ingresar a darme un chapuzón con ELiane, conversábamos sobre el mar. Recuerdo haberle dicho, que no le tenía miedo, pero que si mucho respeto. Ella, me decía que el mar era traicionero, yo después lo iba a comprobar.

Jugábamos con las olas, y de a poco me daba cuenta que, ese día, el mar no quería jugar. Al parecer estaba un poco furioso.

Me lo mostró cuando me reventó dos olas encima. Fue tan fuerte que literalmente me revolcó hasta la orilla.

Yo, obviamente desafiándolo, me levante e ingresé nuevamente al mar. Eliane me esperaba.

Pasaron algunos minutos y hubo un momento en donde me quedé solo, sentía que el mar me estaba desafiando y recibí esa señal. Traté de salir por mis propios medios, sin desesperarme. Mis clases de natación se me vinieron a la cabeza, pero cuando sentía que el mar me estaba jalando, todo se me esfumó.

Traté de mirar a los lados, si había alguien, pero estaba solo. A Eliane la había jalado, pero para el costado. A mi me quería jalar para abrazarme entre sus aguas.

No voy a negar que me desesperé, que intenté nadar pero, era absurdo porque no avanzaba.
No voy a negar que el miedo me invadió, que sentí que de esa situación, no salía. Recuero que la última palabra fue ELiane. Ella estaba muy lejos para oírme.

No sé como, pero a metros de donde estaba apareció un tipo, que estaba con una tabla de surf. No sé en que momento apareció, y agradezco a Dios que lo haya puesto justo en ese momento. Me miró y se dio cuenta de que algo me estaba sucediendo.


-Tranquilízate, no te desesperes. Voy para allá, toma mi tabla, agárrate de ella.


Recuerdo que me quise subir, cosa que puede hacerlo pero con muy poca suerte. Segundos después una ola me revolcó con tabla y todo. Tanta fue la fuerza que instantáneamente salí disparado hacia la orilla, con la tabla rota y el short destrozado.

Me levante con un dolor en la pierna, creo que con esa parte de mi cuerpo rompí la tabla quede cierta manera me salvó la vida.

No sé que hubiera pasado si este hombre, a quién no le pregunté el nombre, no se hubiera metido al mar. Me imagino que está historia nunca se hubiera escrito y seguramente este blog, solo se hubiera quedado con dos post. Minutos después de recobrar un poco la conciencia, me acerque al tipo que me salvó y le agradecí lo que hizo. Le pedí disculpa por su tabla. Me dijo que no me preocupara.

No sé si alguien, allá arriba, me dio otra oportunidad. O como me dijo Silvana después, Christian, no era tu momento.

Puede ser que así haya sido. No era mi momento, o habrá sido el día de mi suerte.

1 comentario:

  1. Certamente, esse tipo de experiência a gente nunca esquece.

    Foi o dia de sua sorte... e não era sua hora. hehe

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